Ing. Agr. Fernando Queirós Armand Ugón
DESARROLLO RURAL Y AGRICULTURA SALUDABLE EN EL URUGUAY
La globalización neoliberal, las políticas de apertura comercial de nuestras economías y mercados, el continuo y creciente ajuste estructural, junto con el desembarco de las grandes corporaciones agroalimentarias, nos han impuesto sus leyes y sus reglas. Estas han optado, por dañar la naturaleza, crear desequilibrios, generar enfermedades y hambre, a costa de multiplicar sus ganancias y de hegemonizar las cadenas globales de mercancías de forma integrada, es decir, controlar la producción de materias primas, el procesamiento de las mismas, la comercialización y el consumo. Si no fuera así, no estaríamos ante la hecatombe medioambiental caracterizada por la acelerada deforestación, erosión de tierras, crecimiento exacerbado de las ciudades (por emigración rural, entre otras causas), sobreexplotación de recursos y aumento de la inequidad.
Las industrias y gobiernos del Norte necesitan que la producción sea en los países del Sur, en parte porque no disponen de tierra o no quieren usarla para ciertas producciones y porque asumen que en esos países los problemas ambientales son obviados por gobiernos ávidos de "inversión" extranjera y de promover la agricultura intensiva de exportación, en desmedro de sistemas locales integrales que constituyen su propia soberanía alimentaria.
No es posible transformar la Naturaleza en bienes y servicios eternamente, como lo requiere este modelo globalizado e insustentable. La apropiación de recursos naturales con el fin de convertirlos en mercancía, tiene como única finalidad incrementar la ganancia y el lucro y comienza a ser cada vez más resistida por los pueblos y por la propia Madre Tierra.
Con el afianzamiento de la racionalidad científica occidental se impuso en el siglo XIX la idea de que a la naturaleza había que someterla, modificarla a imagen y semejanza de un "imaginario obsesionado con las jerarquías, la fragmentación y el materialismo”. Esta manera de entender la agricultura facilitó la hegemonía de una producción agroindustrial basada en el uso abusivo y masivo de abonos sintéticos, agrotóxicos, monocultivos, semillas híbridas de estrecha base genética y la dependencia en la mecanización y el uso masivo del riego. La lógica cartesiana, que visualiza el universo no como un ente viviente sino como una máquina, postula una separación total y absoluta entre observador y observado, entre alma y cuerpo, entre mente y materia. La observación se limita a lo que se puede cuantificar. Todo lo demás, sabores, olores, colores, emociones, valores éticos, el alma humana o el reconocimiento de la existencia de un mundo más allá del físico, quedan relegados a la categoría de proyecciones subjetivas de la mente humana, indignas de ser estudiadas.
La física del siglo XX nos ha enseñado de manera contundente que no hay verdad absoluta en la ciencia, que todos nuestros conceptos y teorías son limitados y aproximados. La creencia cartesiana en la verdad científica todavía es omnipresente hoy y se refleja en el cientificismo que se ha hecho típico en la cultura occidental. Mucha gente en nuestra sociedad, científicos al igual que no científicos, está convencida de que el método científico es el único método válido para entender el universo. El método de pensamiento de Descartes y su visión de la naturaleza han influido a todas las ramas de la ciencia moderna. La aceptación de la visión cartesiana como verdad absoluta y el método de Descartes como el único válido para hacerse del conocimiento, han desempeñado un rol importante para causar el desbalance cultural de hoy.
Cuando hablamos de medio ambiente, no consideramos que el ser humano sea parte de él. Se habla de ser humano y medio ambiente como dos cosas separadas, cuando en realidad son lo mismo: el ser humano es medio ambiente. El modelo productivo actual no busca una alimentación sana, acorde a las exigencias de un ser humano integral, saludable, equilibrado con su medio social y natural, con la capacidad de vivir con sabiduría, sino por el contrario, reside en alimentar las tendencias del mercado sin importar que estas impliquen la destrucción del medio ambiente y del ser humano mismo. A medida que corre el tiempo y avanza la sociedad “moderna”, también se desenvuelven procesos de involución del ser humano cada vez más alarmantes. La unidad del ser humano con la naturaleza y el medio ambiente en general se hace más frágil, el ser humano se aleja del seno de la madre tierra y asume un modo de producción irrespetuoso con la tierra y con el propio ser humano. En este contexto, la producción de alimentos deja de ser una actividad armoniosa, con la semilla, con la tierra, con el sol, el agua, las herramientas y los demás seres que intervienen en el proceso de producción.
La soberanía alimentaria no se refiere únicamente a la producción de alimentos para evitar el hambre de la población, sino que también implica asegurar que los alimentos son óptimos para la salud biológica, mental y espiritual del ser humano, en este sentido, es preciso incidir en un cambio paradigmático en la forma en que se produce el alimento, como se distribuye e intercambia, la forma en la que se consume y la manera en la que el consumidor se relaciona con el proceso de producción. Si un país no puede decidir sobre la forma de producción de sus alimentos, entonces está muy lejos de tener soberanía alimentaria. El avance de la “frontera agrícola” dedicada a los agrocombustibles, es un atentado contra la soberanía alimentaria de los países del Sur, ya que la tierra para la producción agrícola se está utilizando en forma creciente para alimentar autos. La cantidad de cereales que se necesita para llenar un tanque de casi 100 litros con etanol una sola vez, alcanza para alimentar a una persona durante todo un año. La producción de agrocombustibles incide en forma directa sobre los consumidores, al aumentar el costo de los alimentos.
De todas las actividades humanas, la agropecuaria es la que se aplica a una mayor superficie, lo que nos involucra en un conflicto creciente entre las formas y estilos de hacer agricultura, la satisfacción de las necesidades básicas y la sustentabilidad del ambiente natural.
La situación comenzó a cambiar “para bien” para algunos y “para mal” para la mayoría” a partir de la llamada Revolución Verde a finales de los 50, hasta llegar a la actual “Segunda Revolución Verde” o Revolución Biotecnológica o de la Ingenieria Genética, que ha inundado de manera irresponsable nuestro ecosistema con agrotóxicos, fertilizantes y transgenes, tal vez más allá del límite tolerado por nuestro ecosistema natural, intervención humana que no tiene precedentes en el conflicto con la naturaleza. Dicha “revolución” no fue tanto el cambio de una semilla por otra, ni la aplicación de agrotóxicos, sino la supresión de un conocimiento, el local, para poner otro uniformizado y homogéneo. Existen en el mundo 20 empresas transnacionales que controlan toda la cadena de producción alimenticia. Esto incluye semillas, agrotóxicos, comercio agrícola, agroindustrias y comercio internacional. Con los organismos genéticamente modificados (OGMs), el proceso histórico ha adquirido una nueva forma de colonización de la agricultura en manos del gran capital, el cual, a través de grandes transnacionales, tiene el control del germoplasma. El control sobre nuestras semillas por parte de las grandes transnacionales como Monsanto, Dupont, Syngenta, Bayer, Dow, Basf, es el primer paso hacia la pérdida de la soberanía alimentaria, debido al cambio de su lógica de producción. “El capitalismo aprovecha los desastres que provoca para generar nuevos negocios y como éstos generan nuevos desastres, entonces habrá nuevos negocios”.
El modelo de modernidad agrícola aplicado a los países desarrollados y subdesarrollados se caracteriza por: 1) ir de la heterogeneidad a la homogeneidad; 2) ir de la pequeña escala a la gran escala; 3) ir de la dependencia de la naturaleza a la dominación de la naturaleza; 4) de la superstición a la ciencia; 5) de la producción de alimentos a la producción de mercancías. Este esquema ideológico surge de la revolución verde y crea este paradigma de crecimiento y desarrollo agrícola.
La agropecuaria se encuentra en una estrecha interdependencia con la Naturaleza. El sector agropecuario continúa siendo el principal motor exportador del país. Más del 85% de las exportaciones tienen ese origen, carne, lana, lácteos, cereales, oleaginosos, citrus, miel, vinos, arroz y madera. Si bien todos aceptan esta importancia económica, todavía son pocos los que se percatan que este sector está inserto en un sistema ecológico. Nuestras riquezas como país agropecuario y turístico, se sustentan en la Naturaleza. Este marco determina limitaciones a la producción y al turismo. El actual modelo productivo dominante en el sector agropecuario genera una serie de impactos negativos en materia social, ambiental y de soberanía. Los impactos negativos de los agrotóxicos, fertilizantes y otros químicos que se usan en el campo no sólo generan contaminación, sino que también degradan los suelos.
En nuestro país existen datos que si bien aumentó la productividad, ésta produjo una fuerte degradación de los suelos, problemas con el agua (por contaminación orgánica, por nitratos, como por disponibilidad) y aplicación indiscriminada y en aumento de agrotóxicos.
Los pretendidos aumentos de productividad de los modernos paquetes tecnológicos, se logran a partir de enormes aportes adicionales de energía y materia. De esta manera cada kilogramo extra que se obtiene desde la tierra requiere proporcionalmente más y más aportes, de donde la eficiencia de todo el proceso en vez de crecer, se reduce. Si bien los rendimientos por hectárea aumentan, ello requiere insumos cada vez más caros, intensivos, sofisticados y muchas veces contaminantes. Buena parte de estos impactos ambientales pasan desapercibidos por su carácter difuso, tal como sucede con la erosión o la alteración de los ciclos hidrológicos, eso hace que sean difíciles de ponerlos en evidencia.
Sin embargo, un correcto balance de la productividad agropecuaria debería incluir esos costos ambientales, de donde posiblemente muchas actividades que hoy se definen como rentables en realidad están generando déficits económicos que son trasladados al Estado o el resto de la sociedad. Asimismo, se está agudizando la concentración de la tenencia de la tierra, la extranjerización de la misma, la compra de agroindustrias nacionales por parte de capitales extranjeros y la disputa de los recursos naturales de nuestros país por las grandes potencias mundiales y sus megaempresas. En menos de seis años el 24% de la tierra del país cambió de manos, principalmente extranjeros. Desde el año 2000 hasta el primer semestre de 2006 en Uruguay se vendieron 3,9 millones de hectáreas que representaron casi el 24% de la superficie del país.
Al igual que en el caso de los monocultivos de eucaliptos, pinos, caña de azúcar, soja y otros, el problema no es el árbol o la leguminosa o la gramínea, sino el modelo tecnológico productivo en el que se lo implanta. Todos estos cultivos y plantaciones tienen en común los problemas que causan: lesionan los derechos territoriales de los agricultores, erosionan el suelo, alteran el ciclo del agua, contaminan con agrotóxicos, eliminan otros ecosistemas y reducen la biodiversidad.
PROPUESTAS
La sustentabilidad y la agricultura saludable excede la mera conservación de los recursos naturales y del medio ambiente para convertirse en la expresión de un desarrollo económico y social equitativo. El pasaje de una agricultura convencional a una sustentable es un proceso lento, complejo, que difícilmente se da en forma natural. Significa disponer de un conjunto de instrumentos económicos, sociales y políticos, así como tecnológicos que orienten a productores y consumidores hacia una agricultura saludable. En muchos países de Europa los agricultores son subsidiados por entender que la agricultura no es solo producir un comoditie (materia prima), sino que implica una serie de valores, una cultura, que debe ser resguardada, preservada y reconocida. Mientras en esas economías se protegen, en nuestro caso, se atenta directamente contra un desarrollo rural integrado. Es indudable que favorecer un sistema productivo diversificado, que mantenga el paisaje rural y productivo, permitiría mantener la calidad ambiental, preservar la biodiversidad, proteger el recurso suelo, administrar sosteniblemente las cuencas hidrográficas y sostener a la familia en el campo. Nuestro país deberá aplicar ingentes y continuados fondos en sus sistemas de educación formal e informal “desde la base”, educar para la vida, formar seres humanos con capacidad para asumir críticamente la cultura dominante y transformarla. Apoyar medidas y legislar para regularizar el uso, tenencia y extranjerización de la tierra, promover un ordenamiento ambiental y territorial participativo y sustentable, garantizar apoyos permanentes a la agricultura diversificada, la producción agroecológica, la agricultura familiar y la juventud rural, promoviendo la utilización de tecnologías apropiadas.
La agricultura convencional tiene impactos en el suelo (cambios en la microflora, microfauna, erosión), en la biodiversidad (simplificación de los sistemas, corrimiento de la frontera agrícola-ganadera), en la desaparición de especies nativas, en la salud de los consumidores y de los trabajadores rurales (residuos de agrotóxicos), contaminación de cursos de agua, contaminación genética (transgénicos), contaminación de aire. Todos estos impactos negativos no son calculados para fijar el precio final de los productos (trigo, leche, carne, frutas, verduras), deberían ser incorporados al precio final y considerarlos como lo que son, costos. Así se verá claramente que la agricultura convencional no sólo es social y ambientalmente perjudicial, sino que ni siquiera es económicamente viable. Las limitantes a la generalización de la agricultura agroecológica no son técnicas o económicas, son políticas. El actual modelo de “desarrollo” agropecuario va en sentido contrario, monocultivo, agrotóxicos, transgénicos, latifundización y extanjerización de la tierra, migración rural, que lleva al país y a su gente a la destrucción social y ambiental.
Para realmente tener un verdadero ordenamiento territorial sustentable, se requiere de un trabajo conjunto, con todos los actores de una región, para garantizar un camino que nos conduzca lograr: la soberanía alimentaria a través de sistemas de producción local con base agroecológica, la diversidad y no los monocultivos, la descentralización y no la concentración, permitiendo el acceso al agua, a las semillas, a la tierra y al uso de energías renovables diversas.
Como señala el teólogo brasileño Leonardo Boff. " No basta solamente con adaptarse a la nueva realidad, ni es suficiente aminorar los efectos dañinos del calentamiento global, sino que hay que ir a algo más profundo: hay que refundar el sentir de la vida, hay que recrear una nueva espiritualidad, es decir, un nuevo sentido más amplio de nuestro pasar por este mundo, de nuestra coexistencia como seres humanos, para hacer que la Tierra, la humanidad, puedan y sigan teniendo futuro".
Literatura consultada
Agrocombustibles. Movimiento Mundial por los Bosques. Ecoportal.net. Julio 2007
Agrocombustibles versus soberanía alimentaria. Silvia Ribeiro. Investigadora del Grupo ETC. Ecoportal.net. Alternativa a los Alimentos Transgénicos: Auge de la Agricultura Sustentable. Carmelo Ruiz Marrero. Ecoportal.net. Julio 2007
Biocombustibles y agricultura campesina. Victor Quintana. Biodiversidad en América Latina. Agosto 2007.
En busca de la soberanía alimentaria. Maya Rivera Mazorco y Sergio Arispe Barrientos. Biodiversidad en América Latina. Agosto 2007.
El desarrollo rural en la Argentina del siglo XXI. Walter Pengue. Ecoportal.net. Agosto 2007.
La opción ecológica en la agropecuaria. Eduardo Gudynas Investigador del CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social).
La tragedia social y ecológica de la producción de biocombustibles agrícolas en América. Miguel Altieri y Elizabeth Bravo. RED POR UNA AMÉRICA LATINA LIBRE DE TRANSGENICOS. BOLETIN 235. Abril 2007