jueves, 3 de julio de 2008

La historia de Evangelina, una docente

Sus tiempos de la infancia los vivió en medio de una de las tantas zonas rurales de nuestro departamento. Allá por los años 70 miró casi como muy lejos, los sucesos que ocurrían en aquella dictadura cívico militar. Más allá de los informativos radiales, los cambios frecuentes de maestras y un sellito que quedó grabado dentro de las cosas de su infancia, aquel que por un año completo se grabó todos los días de clase en forma rigurosa y que rezaba “Año de la Orientalidad”, sus distracciones de la infancia fueron variando en las reuniones con sus amigas y vecinas donde el más común de los juegos era la imitación de la maestra. Así conformaban salones de clases, bancos imaginarios, pizarrones donde alumnas y maestras trabajan en una parodia de las clases de escuela que en aquellos momentos era casi lo más importante de sus vidas. En esos juegos infantiles se iba levantando en sueños la imagen de la futura maestra. Casi a imagen de la maestra Julieta, aquella de cuarto, que por allá por el año 74 de un día para otro abandonó la clase, sin dar explicaciones, aunque por ahí algún vecino de estos “que saben todo”, habría dicho que la maestra le había pasado esto por ser “comunista” y estar vinculada a la “subversión”. Pero la maestra Julieta no podía ser mala. Ellas les había enseñado de Artigas, de su federalismo y lucha por más desprotegidos. Les había enseñado a cantar “A Don José” y el himno a la “Escuela Rural”. Con ella habían aprendido a trabajar en forma cooperativa, a saludarse con un beso todos los días, ... era la estampa de su admiración. Allí estaba su asombro infantil y no había porqué sacarla de sus juegos y de sus sueños, más allá de lo que se dijera. Su imagen había quedado grabada, petisa, morocha y con una sonrisa de oreja a oreja recibía todos los días a los niños en la puerta de la escuelita. ¿Qué importaba lo demás?. Desde aquel momento Evangelina tenía algo muy claro: sería como su maestra Julieta. Pasaron más años escolares y los años de secundaria con muy pocas cosas más. La secundaria dejaría las malas experiencias de los uniformes, la corbata, la insignia y los malos docentes. Ninguno por allí se parecía a su maestra Julieta. Pero tampoco había por eso que abandonar su rumbo, iba a ser docente, como su maestra de la infancia. Junto con su vida también transcurría la vida del país. También cambian los gobiernos y se terminan las dictaduras. Vienen las democracias, vienen exiliados, vuelven destituidos, y ahora comprendía porqué los había abandonado su maestra de la infancia. El presente era tiempo de reencontrarse con su vieja amiga. Buscó en miles de ojos, en miles de sonrisas, pero ya no estaba, al parecer los años y las angustias la habían encontrado muy enferma en el exilio y su vida se había extinguido pese a mantener su lucha hasta el último suspiro. Ahora comprendía los caminos de su amiga. Quería conocerlos, siempre había querido ser como ella. Conoció a sus amigos, a sus conocidos y todos le hablaban bien de esa “petisa luchadora sindical”, estudiante y maestra ejemplar. No importaba ya, había quedado en ella su semilla y Evangelina se comprometió, es más juró en silencio seguir por el camino de su maestra. Llegó al magisterio y se anotó, es más miró por todos los rincones para ver si veía algo parecido a su maestra. Había empezado a cumplir sus sueños, iba a ser maestra. Pronto comprendió que sus años de estudios no podía estar separados de lo que acaecía en el resto de los pobladores de su país. Comenzó a informarse, leer sobre todo lo que había pasado y además sumarse en esos caminos que comprendió que eran los mismos que había recorrido Julieta. Se sumó a las luchas sindicales de su época, supo de ocupaciones a centros de estudios y marchas. Cada vez se veía más igual su maestra. Pasaron los años de estudio y llegó el título, el trabajo y los bajos sueldos. Pronto comenzó a recorrer sus salones de clase rodeada de sus niños, como siempre se había soñado. Pero el trabajo de la gente no pasa aislado de los acontecimientos de su país. Los sueldos de docentes en estos países subdesarrollados y saqueados por el primer mundo con la complicidad de los gobernantes de turno, seguían en el mismo camino que las bajas asignaciones tributarias para la enseñanza. Evangelina comprendió también de sus necesidades de mujer, formó con su pareja un hogar y vinieron los hijos, tres hermosos varones. Ahora había que complementar sus ingresos, por supuesto trabajando más y decidió volver a los salones de estudio, con el tiempo ya tenía un título de profesorado, el cual complementaba su vocación por las letras y sus horas de trabajo las repartía entre su hogar, la escuela, el liceo y siempre hacía sus tiempos para las horas de militancia política. Sentía que su vieja amiga de la infancia, la maestra Julieta, le hablaba: había que luchar por los más desamparados, contra las injusticias de los sistemas económicos y sin perder la ternura y su vocación, permanecer firme y combativa. Eran por igual los tiempos tratando de enseñar a los niños que no podían seguir el ritmo de los demás, las jornadas con los jóvenes liceales, junto con sus hijos que iban creciendo y los tiempos para irse a reunir con sus compañeros del sindicato o hacer propuestas a su sector político de izquierda, y cada acto era eso un paso más por el cambio tan anhelado, y aquel quizás su maestra de la infancia le hubiera transmitido si hubiera tenido los tiempos. Pero quería su trabajo, entendía que cada instante debía superarse, prepararse y actualizarse. En todo ello comprendía que ayudaba a su gente, a sus alumnos y a su familia. Esa era la lucha del cada día, esa era la lucha por su gente, por su pueblo por los suyos, y se sentía orgullosa. Con el tiempo cambian los gobiernos, porque todos los cambios llegan. Festejos y en varias caras vio aquella sonrisa de oreja a oreja de su amiga de la infancia, su maestra. No dudó que de estar allí juntas se abrazarían fuertemente de alegría. Ahora las malas situaciones se irían revirtiendo lentamente, por fin llegarían los recursos para las escuelas, salarios dignos para docentes, ... en fin mejoras reales para su querida Educación. Sin embargo ese convencimiento firme, comienza a desvanecerse. Ya no actúan igual los dirigentes políticos que por años había apoyado. Parecen otros, han cambiado sus discursos y sus acciones nada tienen que ver con lo que estaba escrito. No habrá recursos reales ni para la infancia marginada y para la educación popular. Pero siente que igual estaba allí y sabe que habrá que lucharla. No bajar los brazos, porque eso sería la victoria de los enemigos de siempre de su pueblo. Los recursos no alcanzan, los sueldos siguen siendo bajos, los edificios se caen de a pedazos, nada ha cambiado. Ella al igual que sus compañeras trabaja todo el día para poder llegar con algunos recursos a su casa. Pasan los meses y le informan que en estos día deberá pasar por la oficina estatal de recaudación de impuestos, donde corresponde pagar de acuerdo a lo establecido en la última reforma tributaria efectuada por aquellos gobernantes que ella había peleado desde abajo para que llegaran a donde están. Corren los rumores pero no quiere creer en esas traiciones. Cuando le toca ir, justo que va saliendo su hijo más chico le dice: “mamá ya que vas a andar por el centro comprame zapatos, porque mirá cómo están estos”. Ella pudo mirar con disgusto a suela abierta el pie de su hijo, en un calzado de mala calidad, pensó de tan mala eficacia por su origen chino “producto del liberalismo comercial”, pero salió caminando a paso firme calle arriba que la llevaría hacia la oficina estatal. Su credibilidad se derrumbó muy rápido. Primero esperó pacientemente sentada en una oficina, donde había una alta tranquilidad. Miró a cada uno de los empleados permanecer en sus espacios como mirando pasar el tiempo. Pero miró más y dijo “pucha acá hay una estufa cada dos escritorios, qué bien, pero en la escuela mis gurises no tienen ni una sola. Qué desigualdad en la miseria”. Le tocó el turno de su atención. Una operaria muy suelta de cuerpo le informó lo que debería pagar. “Señora usted deberá pagar esto...”. Era más de la mitad de su sueldo. “Pero no se preocupe señora, lo puede hacer hasta en tres cuotas”. Pensó, ahora se me cobra impuesto por trabajar mucho. Se te cobra impuesto si te preocupás por superarte, por ser mejor. ¿Qué país era su país?. Volvió en sí e insistió a la funcionara: “me podés decir lo que voy a pagar el año próximo”. Si claro la eficiente funcionara saca la cuenta y le da la cifra,... peor no se podía sentir, en este año trabajaría un mes y medio solo para pagar los impuestos a su sueldo. Salió con bronca, cabizbaja calle abajo. Entró a su casa, y pasó por un espejo que la reencontró con su rostro desencajado. Allí recordó el pedido de su hijo y comprendió que seguiría hasta el mes próximo sin poderle cambiar los zapatos, se volvió a reencontrar con el espejo y su rostro. Se vio apretando los labios mientras dos lágrimas corrían por su mejilla delicada producto de esa cara joven que le habían formado sus alumnos. Sintió indignación, la impotencia de la injusticia, la incomprensión de la traición. Se volvió a su infancia al juego con sus amigas y a su maestra y amiga Julieta, a quién admiraría toda su vida. Secó las lágrimas con la mano y con los ojos mojados se dijo “no importa, algún día habrá justicia. No tendremos más gobernantes de estos. No tendremos más niños pidiendo, ni marginados, habrá escuelas florecientes llenas de alegría, con niños aprendiendo sin frío, sin hambre, junto a maestros contentos,... seguiré luchando, ... lo haré por ti, por lo que se y comprendo que luchaste, mi querida maestra Julieta”.
ARANDU

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